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  • Foto del escritor: Gracia Sobre Gracia
    Gracia Sobre Gracia
  • 30 jun 2020
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 1 jul 2020

Llevo mucho tiempo sin escribir, Dios ha estado tratando conmigo de maneras nuevas y había estado esperando a tener algo bien definido en mi mente de qué es lo que me estaba mostrando. Creo que ahora lo tengo, y trataré de expresarlo con palabras.


“Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo” –Filipenses 3:20

No sé tú, pero yo he escuchado esto muchísimas veces a lo largo de mi vida, que mi ciudadanía está en los cielos, que soy extranjera en esta tierra, de hecho es un tema muy mencionado en la Biblia; pero creo que nunca me había detenido a realmente razonar lo que esto significa, que en realidad es algo clave para muchas otras cosas.


Voy a usar una analogía bastante tonta, pero es la mejor imagen que pude pensar. Conozco a una persona (llamémosle Gabi) que era una de las mejores estudiantes de su clase, ella y sus amigas solían estar entre las mejores calificaciones siempre; y un día se pusieron un reto entre ellas: la que lograra pasar más tiempo sin hacer ninguna tarea ni siquiera tocar sus lápices y cuadernos ganaba. Pasó el tiempo y las niñas aguantaban, sus calificaciones comenzaron a bajar, estoy segura de que las demás personas del salón no entendían qué estaba pasando, creían que se habían vuelto locas, si seguían así jamás ganarían la “carrera” del salón, quizás algunos las tomaron por tontas. Pero a ellas nada de esto les importaba, ¿por qué? Porque ellas estaban en otra carrera, su enfoque estaba en el propósito que se habían puesto entre ellas aunque éste implicara un retroceso en la “carrera” que todos los demás alumnos estaban corriendo, el premio que anhelaban no era el de la mejor calificación sino el de ganar el concurso que se habían puesto entre ellas, su mirada estaba puesta en algo de lo que los demás no tenían conocimiento.

Obviamente, no estoy diciendo que lo que hicieron estas niñas estuvo bien, Dios nos manda a obedecer a nuestras autoridades y a ser diligentes. Pero si tan solo tuviésemos esa visión y actitud, pero respecto a la eternidad y la vida terrenal, las cosas serían tan diferentes, si tuviésemos todo nuestro enfoque en la eternidad, genuinamente caminando por este mundo viéndonos a nosotros mismos como extranjeros, recordando que nuestra carrera no es ésta y que los premios que ofrece este mundo no son lo que estamos buscando, serían tantas cosas las que se ordenarían.

“porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores.” -1 Timoteo 6:10

Una vez escuché una prédica que hizo referencia a este versículo explicando que el “dinero” no se refiere solo a billetes y monedas, sino a todo lo material que este mundo tanto añora, que es el premio de la carrera que el mundo está corriendo.

La raíz de todos los males es amar el dinero porque esto es correr la carrera que el mundo está corriendo, amar el dinero significa que nuestra mirada está puesta en este mundo, en sus placeres. Y es verdad que si tenemos esta visión terrenal los placeres que el mundo ofrece se ven tan añorables. Si creemos que esta vida es todo lo que tenemos entonces claro que anhelamos triunfar en ella, que todos nos sirvan, tener fama y dinero.


Hablaré un poquito de mi testimonio, soy una persona que por muchísimo tiempo trató de obedecer a Dios sin tener una visión de mí misma como extranjera en este mundo. Yo nací en una familia cristiana,y vivía tratando de no pecar por temor a un Dios que me castigaría si le desobedecía, tratando de obedecer, pero mi mirada estaba completamente puesta en este mundo, tanto que los castigos que temía eran que Dios me “quite” cosas terrenales, pues ahí tenía puestos mis anhelos. Así que la vida cristiana era una enorme tortura para mí, recuerdo que nunca entendía cómo podían hablar de gozo cuando para mí la vida cristiana significaba solamente hacer todo lo que no quería hacer y no hacer todo lo que quería hacer (lo cual era muy difícil) porque de lo contrario Dios me castigaría. Así viví muchos años. Ahora entiendo por qué era tan tortuoso e ilógico. Yo estaba corriendo en la carrera terrenal y tratando de obedecer a Dios, entonces todos los mandatos de Dios parecían ser simplemente obligaciones que Él ponía en mi contra, evitando que avance en mi carrera.


Pero si corremos en la carrera de la eternidad y vemos esta vida como la leve tribulación momentánea que es…

“Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” -2 Corintios 4:17

Entonces damos la otra mejilla, amamos a nuestros enemigos, damos nuestros bienes, somos honestos en toda situación, mantenemos nuestra integridad, honramos a nuestros padres y a nuestras autoridades, trabajamos diligentemente, etc. Porque aquello que normalmente nos frena a hacer todas estas cosas es el hecho de que nos hacen perder en la carrera terrenal, pero si dejamos de correr esa carrera y corremos la eterna, entonces esto es lo que hacemos, vivimos como siervos.

Además, pasamos más tiempo con Dios, amamos y escudriñamos las escrituras, no envidiamos lo que tienen los demás, tenemos paz en la adversidad. Porque este mundo deja de tener ese significado gigantesco para nosotros y todo lo que tiene y ofrece pasa a ser pequeño, incluyendo las adversidades, y nos deleitamos en las escrituras porque, a diferencia del resto del mundo, éstas son parte de nuestro reino eterno, ahí está nuestro hogar.


Creo que esto se puede entender mejor con un ejemplo, imaginemos una situación donde mentir me permitiría formar parte de un grupo social al que quisiera pertenecer:


- Si tengo la mirada en este mundo, decir la verdad significa dañarme a mí misma, el no pertenecer a ese grupo significa algo gigante, perderme de diversión, no lograr la meta anhelada por todos de ser popular, ser rechazada por personas importantes, pasar valiosas horas de posible diversión completamente sola, que la opinión de quienes me importan sea que yo soy aburrida.


- Pero si tengo la mirada puesta en la eternidad, decir la verdad significa agradar a mi Padre, cuya opinión es la que me importa; el no pertenecer a ese grupo no significa nada, pues él y todo lo que ofrece no son más que una pequeña parte de una leve tribulación momentánea por la que estoy pasando antes de llegar al reino del que ahora soy parte, la opinión de las demás personas no es nada comparada a lo que dice mi Señor. En realidad las consecuencias terrenales de no pertenecer a ese grupo son las mismas, pero se alivianan muchísimo porque yo dejo de darles importancia.


Y ésta es la actitud que Jesús siempre tuvo en este mundo, viniendo a morir por nosotros.

“Los que aman su vida en este mundo la perderán. Los que no le dan importancia a su vida en este mundo la conservarán por toda la eternidad. Todo el que quiera servirme debe seguirme, porque mis siervos tienen que estar donde yo estoy. El Padre honrará a todo el que me sirva. »Ahora mi alma está muy entristecida. ¿Acaso debería orar: “Padre, sálvame de esta hora”? ¡Pero esa es precisamente la razón por la que vine! Padre, glorifica tu nombre»” –Juan 12:25-28

Y es por esto mismo que la Biblia no nos promete que al seguir a Jesús ya no tendremos dificultades, al contrario

“Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” –Juan 16:33

Dios no nos quita las dificultades de este mundo, de hecho nos da mandamientos que nos traerán inclusive más dificultades terrenales muchas veces, e incluso algunas personas están en dificultades desde su nacimiento (enfermedades, pobreza, etc.). Pero pone un contrapeso: la eternidad, su gloria eterna, comparada a la cual negarnos a nosotros mismos vale totalmente la pena. De esta forma Él se glorifica a través de nuestras dificultades, y nuestras vidas se vuelven una enorme manifestación de su gloria, porque si podemos negarnos a nosotros mismos y cumplir todos sus mandamientos no es porque esto esté en nosotros ni porque nos esforzamos, es porque Él nos dio de su Espíritu y un contrapeso que opaca todo lo que hay en este mundo: su gloria eterna. Nuestra obediencia y paz en este mundo son una muestra de su suficiencia y eternidad. Y esto da testimonio a los demás de que existe otra carrera, una verdadera y eterna.

“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.” –Mateo 6:19-21
“Pues sabemos que, cuando se desarme esta carpa terrenal en la cual vivimos (es decir, cuando muramos y dejemos este cuerpo terrenal), tendremos una casa en el cielo, un cuerpo eterno hecho para nosotros por Dios mismo y no por manos humanas. Nos fatigamos en nuestro cuerpo actual y anhelamos ponernos nuestro cuerpo celestial como si fuera ropa nueva. Pues nos vestiremos con un cuerpo celestial; no seremos espíritus sin cuerpo. Mientras vivimos en este cuerpo terrenal, gemimos y suspiramos, pero no es que queramos morir y deshacernos de este cuerpo que nos viste. Más bien, queremos ponernos nuestro cuerpo nuevo para que este cuerpo que muere sea consumido por la vida. Dios mismo nos ha preparado para esto, y como garantía nos ha dado su Espíritu Santo.
Así que siempre vivimos en plena confianza, aunque sabemos que mientras vivamos en este cuerpo no estamos en el hogar celestial con el Señor. Pues vivimos por lo que creemos y no por lo que vemos. Sí, estamos plenamente confiados, y preferiríamos estar fuera de este cuerpo terrenal porque entonces estaríamos en el hogar celestial con el Señor. Así que, ya sea que estemos aquí en este cuerpo o ausentes de este cuerpo, nuestro objetivo es agradarlo a él. Pues todos tendremos que estar delante de Cristo para ser juzgados. Cada uno de nosotros recibirá lo que merezca por lo bueno o lo malo que haya hecho mientras estaba en este cuerpo terrenal.” –2 Corintios 5:1-10

Elijamos cada día correr la carrera eterna, de forma que el último día de nuestras vidas podamos afirmar:

“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.” -2 Timoteo 4:7-8


 
 
 

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