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Vasijas de barro

  • Foto del escritor: Gracia Sobre Gracia
    Gracia Sobre Gracia
  • 11 mar 2020
  • 5 Min. de lectura

2 Corintios 4 es uno de mis capítulos favoritos de toda la biblia, recomiendo leerlo antes de continuar con la lectura de esta reflexión.

Desde hace un tiempo comencé a reflexionar mucho en mi propia identidad; siempre me había parecido un tema algo complicado que mi cabeza no terminaba de captar, esa combinación del entendimiento de mi terrible condición, de mi naturaleza pecaminosa y mi incapacidad con el hecho de que Dios me diseñó y creó con un propósito. Creo que este capítulo me abrió los ojos a algo que nunca había verdaderamente entendido: somos vasijas de barro que contienen un gran tesoro.

Me encanta esta forma de describirnos, porque aunque no es lo que escuchamos en el mundo día a día, tampoco es el extremo opuesto que te lleva a pensar que no vales nada. Yo no veo en este versículo una simple expresión de desprecio, veo una imagen que representa claramente nuestra identidad.

Somos vasijas de barro, ésta no es la metáfora que se espera cuando se está hablando de algo inmensamente valioso, una vasija de barro no es cara, no es gloriosa, no es resistente, el barro no es un metal precioso ni nada parecido. ¿Por qué Dios usaría una metáfora así para referirse a su amada creación hecha a su imagen y semejanza? Porque una vasija de barro tiene una cualidad que otros objetos no tienen, está diseñada para contener, para poner algo dentro de ella. Y este mismo pasaje, justo antes de llamarnos vasijas de barro nos dice qué es lo que hemos sido diseñados para contener:

“Porque Dios, que ordenó que la luz resplandeciera en las tinieblas, hizo brillar su luz en nuestro corazón para que conociéramos la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo.
Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros.” -2 Corintios 4:6-7

Y esto me lleva a otro versículo:

“Tú creaste las delicadas partes internas de mi cuerpo
y me entretejiste en el vientre de mi madre.
¡Gracias por hacerme tan maravillosamente complejo!
Tu fino trabajo es maravilloso, lo sé muy bien.” –Salmos 139:13-14

Creo que estos dos pasajes dan un resumen perfecto de nuestra identidad y valor: No sólo tenemos el privilegio de recibir y contener en nosotros este tesoro, sino que fuimos especialmente diseñados desde antes de nacer para este propósito, cada parte de nuestro cuerpo ha sido especialmente diseñada para el propósito de contener y mostrar la gloria del Dios todopoderoso de una forma especial, para estar en comunión con Él, y hoy en día podemos alcanzar este propósito gracias al sacrificio de Cristo.

Somos valiosos porque Dios nos ama tanto que nos diseñó para tener su gloria y, de esta forma, mostrarla a los demás. Somos vasijas creadas y diseñadas con amor por Dios, nuestro alfarero; diferentes entre nosotros, pero igualmente amados por Él, igualmente hechura de sus manos. No sé a ti, pero a mí esto me hace explotar la cabeza.

“según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado” –Efesios 1:4-6

Ahora bien, esta identidad implica reconocer que nuestro valor está en aquello que hemos sido diseñados para contener y en nuestra capacidad de mostrarlo a Él, no en nosotros mismos. Y eso no es lo que el mundo nos dice. Hoy por hoy el tema de nuestra identidad está muy de moda, se nos guía a tratar de encontrar nuestro valor en nuestros talentos y capacidades; pero Dios nos diseñó con un propósito más grande, esos talentos son sólo parte del diseño de Dios para contener su gloria, pero al estar apartados de Él no tienen un verdadero sentido. Si hemos sido diseñados para contener la gloria de Dios, ten por seguro que ninguna otra cosa será suficiente para llenar el lugar de este valor, y es por eso que ni todos los talentos, capacidades y logros que pudiésemos tener nos detendrían de sentirnos insuficientes y sin valor mientras no les demos el sentido de glorificar a Dios.

Es por ello que el mundo nos inclina a intentar tapar nuestras debilidades, a negar que están ahí, a fingir perfección, fingir que estamos bien tal como estamos, pues si nuestro valor está en nuestras fortalezas y capacidades, nuestras debilidades representan una gran disminución en ese valor. Lo más triste es que esta actitud limita la obra de Dios en nuestras vidas. Una clara imagen de esto está en Marcos 3:

En este pasaje Jesús sana a un hombre que tenía la mano seca, e ilustra de una forma increíble la realidad de la que hablamos.

“Jesús miró con enojo a los que lo rodeaban, profundamente entristecido por la dureza de su corazón. Entonces le dijo al hombre: «Extiende la mano». Así que el hombre la extendió, ¡y la mano quedó restaurada!” –Marcos 3:5

Es importante recordar que en esta historia Jesús y este hombre estaban en medio de la sinagoga, con los ojos de los fariseos encima de ellos, y Jesús le pide al hombre que extienda la mano, exponiendo así la condición de su mano, antes de sanarlo. Jesús tenía el poder para sanar al hombre sin necesidad de que él extendiera la mano, pero antes le pide que exponga su debilidad y se la entregue, ¿por qué? Porque esta debilidad también servía para que Dios se glorificara en este hombre, porque así este hombre y todos a su alrededor pudieron ver que el Dios todopoderoso se glorifica en todo aquello que le es entregado.

“pero Dios me ha contestado: «Mi amor es todo lo que necesitas. Mi poder se muestra en la debilidad.» Por eso, prefiero sentirme orgulloso de mi debilidad, para que el poder de Cristo se muestre en mí.” -2 Corintios 12:9

Si Dios hizo esto con una mano seca, imagina lo que es capaz de hacer con nuestros rebeldes corazones si verdaderamente se los entregamos, si tomamos el quebrantamiento como un modo de vida entregándole todo lo que somos. Tal como una vasija, Él nos moldeará.


Así como al hombre de la mano seca, Dios también exige de nosotros este salto de humildad, de reconocernos débiles y mostrar nuestra incapacidad delante de Él confiando en que solamente Él puede obrar en ella y usarla para su gloria. Y créeme, lo hará; tú eres la obra de sus manos diseñada especialmente para ser esa vasija de barro llena de su gloria, diseñada para conocer la verdadera satisfacción y libertad que solamente Dios es, para ser moldeada constantemente por nuestro alfarero y deleitarte en Él cada día.




 
 
 

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